Equivalent Exchange

Por años he despreciado cosas con las que he tenido que vivir, esta casa sin luz, el silencio ensordecedor, el jardín que jamás florece, las voces de los otros en mi cabeza, pero sobre todas esas cosas, está mi semblante demacrado y mis ojos vacios que me mirabn desde el reflejo del espejo situado al frente del sofá donde suelo tumbarme cada vez que regreso a casa, ese lugar al que hace algún tiempo no quería regresar.

Todos los mercaderes tienen una increíble facultad para convencerte de que lo que venden es exactamente lo que necesitas. 

En una de esas tardes soleadas, mientras caminaba por los mercados, se acercó a mi un hombre el cual en principio me causó desconfianza, pero sus ojos me resultaban tan familiares, que detuve mi vanidoso desfile para escuchar lo que tenía para ofrecerme.

-mi señor, temo que no podremos hablar aquí- susurró- lo que usted va a ver, no podría yo mostrarlo donde todos estos ojos nos ven, por favor- agregó halandome de una manga con delicadeza- acompáñeme, no le quitaré mucho tiempo.

Caminamos unos cincuenta metros hacia la periferia del mercado, hasta llegar a un callejón con una única puerta, entramos entonces y nos encontramos con una pequeña cantina casi desierta; seleccionando la mesa más alejada de la entrada, me invitó a sentarme; me preguntó si quería algo de tomar, pero yo negué con la cabeza, luego esculcó los amplios bolsillos de su túnica sin ningún afán y de uno de ellos sacó una llave la cual, extendiendo su brazo, acercó a mi.

-mi señor- dijo nervioso al notar mi cara de descontento- esta no es una llave normal, es la llave que ha estado buscando por mucho tiempo 

-Me temo que se equivoca usted de persona- repuse algo enojado y preparándome para salir de aquél sitio

-Mírela bien mi señor, ¿no la recuerda acaso? -añadió con desespero- usted es el señor K, y aunque su apariencia ha cambiado notablemente, sus ojos no logran engañarme, mire la llave ¿ya lo olvidó? Tal vez su mente la dejó de lado cuando comenzó a caminar de día y a hablar con las personas del pueblo, recuerdo que en los alrededores se decía que la necesitaba para sacar a un príncipe de un sótano…

Le hice un gesto con la mano para que se callara y detallando muy bien el objeto, lo apreté en la mano y le pregunté “¿cuánto?”

-una moneda de oro- contestó con firmeza.

La moneda dorada era lo único que había tenido por meses, la cual me había sacado de multiples aprietos, pero también me había alejado de mi propósito inicial, el cual era proteger al príncipe sin importar qué. Un sentimiento de dolor me recorría todo el pecho, había relacionado mi bienestar con el apego a esa moneda, la hacía brincar en mi bolsillo con una mano, mientras con la otra acariciaba la llave que aquél hombre me había ofrecido y sin pensarlo mucho, puse la moneda sobre la mesa y salí corriendo con la llave encarcelada en una mano.

No ha sido fácil asimilarlo, supongo que una parte de mi lo sabía a la hora de hacer el negocio y no me arrepiento ni un momento de lo que hice entonces: había cambiado esa moneda dorada por la llave de mi propia casa.

Leave a comment